Quien me lo iba a decir a mí, que iba a ser madre de unas niñas tan mágicas!!
La noche en la que hicieron 4 años, Coks Feenstra nos hizo llegar un regalo. Un regalo muy especial para difundir a muchas personas. Un cuento de unos erizos idénticos, que nos hace ver como la mayoría de ocasiones, las personas hablan y actúan desde la ignorancia sobre el vínculo afectivo de los niños múltiples.
Coks y yo, deseamos que os guste!!
"LOS
ERIZOS"
Había
una vez…
… una
pareja de erizos muy ilusionada que esperaba sus primeras crías. Como papás
primerizos que eran, estaban muy nerviosos por la llegada de sus HIJOS.
Conforme
pasaba el tiempo, mamá erizo estaba más incómoda y empezó a sufrir insomnio.
Una de esas noches que salían a pasear esperando que llegara el momento, mamá
erizo sintió que ese sería el día. Y escuchando y atendiendo a su cuerpo, justo
en pleno amanecer, nacieron dos preciosos erizos, con púas muy formadas y muy
pequeñas. Aunque sabemos que a todos los padres sus propios hijos les parecen
los más guapos, a esta pareja de orgullosos papás le sobraban motivos
para decirlo.
Sus
hijos tenían algo especial. Era un brillo muy intenso el que había entre los
dos; y su mirada de complicidad y sus caricias tan auténticas hacían sonreír a
todo aquél que les veía. Los demás erizos venían a conocerles. ¡Nunca antes
habían visto dos erizos completamente iguales! Nunca antes habían visto una
pareja de erizos idénticos. El mismo hocico, las mismas líneas en sus patitas,
las mismas cejas y hasta un mismo remolino en sus púas. Uno lo tenía al lado
derecho y el otro, al izquierdo. Para sus padres no era fácil saber quién era
quién; y para no equivocarse, el orgulloso papá cubría una patita de Marcus con
una mancha de barro. Ése era Marcus. El otro, Bas.
Los
padres estaban felices, como casi todos los padres cuando nacen sus hijos. Quien
no estaba nada tranquila era la comunidad de los erizos. Nunca antes habían
nacido erizos idénticos.
El
miedo y la confusión se apoderó de muchos de los erizos. Unos vaticinaban
desgracias; otros no querían enfrentarse a lo desconocido y unos pocos buscaban
aprender de ellos para conocerse mejor.
El día
no tardó en llegar.
En una
de las reuniones de la comunidad, el erizo más mayor y al que todos obedecían,
habló:
‘Una
vez que sepan comer solos, deberán
crecer en bosques distintos’, ordenó el jefe del grupo. ‘Si
no, algo malo nos pasará’.
Los
padres no podían creérselo y su felicidad se transformó en una profunda
tristeza. Nunca antes habían conocido esa forma de tristeza. No querían que
separaran a sus hijos. No querían perderse la infancia de ninguno de sus
erizos. No sabían qué hacer. ‘Si él lo decide, será que es necesario’,
se dijeron el uno al otro sabiendo que no era así. No lo entiendo… aunque
quizás sea mejor…, se dijo el padre para engañarse. ‘Quizás ellos mismos
puedan llegar a confundirse sobre quién es quién…’.
La
madre encontró una manera de posponer la llegada de ese día. ‘Aún son
pequeños y tardarán en comer solos. No les enseñaré hasta muy, muy tarde…’. Y
gracias a su madre, los pequeños erizos crecieron un tiempo juntos; rieron;
compartieron y disfrutaron el uno del otro mientras su madre les alimentaba.
Sabían
que llegaría y así fue. Llegó el día y el jefe de la comunidad vino a llevarse
a Bas. Marcus fue quien se quedó con sus padres.
A
partir de ese momento, los hermanos estarían separados.
Ni
Marcus ni Bas entendían qué pasaba. Los dos estaban muertos de miedo. Siempre
habían estado juntos. Ya en la barriguita de su mamá habían dormido y jugado
juntos. Cuando tenían frío, se acurrucaban el uno contra el otro. Cuando
tenían miedo, se cogían de la patita. Y cuando querían compartir su felicidad,
ahí estaba su hermano para disfrutar de un tierno abrazo.
A
partir de ahora ya no podrían hacerlo. ¿Por qué les privaban de ello?
Empezaron
a sentir el mundo como otro lugar: menos seguro, menos cálido y menos
divertido. ¡Cuántas veces habían jugado juntos! ¡Cuántas aventuras habían
vivido los dos! Se recordaban curiosos, inquietos y divertidos. Sin embargo, ahora,
cada uno solo, se sentía tímido; miedoso e inseguro.
Todos
los días se buscaban el uno al otro. Cuando dormían, soñaban que estaban
juntos. En sus sueños el mundo volvía a estar en paz. Pero cuando se
despertaban, ahí estaban, de nuevo solos y con otro día por delante sin juego
de hermanos.
Los
años pasaron. La tristura se fue convirtiendo en parte de su piel y llegaron a
olvidarse el uno del otro. Hasta olvidaron que habían tenido un hermano.
Los
padres jamás hablaron sobre lo ocurrido.
Aunque
los juegos y el bosque se encargaron de no borrar los recuerdos, ellos lo
olvidaron del todo. Cada uno en su
bosque solía jugar a que tenía un hermano que siempre le acompañaba a
todos los lugares nuevos y antiguos. También tenían los dos una costumbre:
cuando se les daba alguna golosina, guardaban un trozo. No sabían por qué y simplemente
lo hacían.
Así
siguieron durante años, jugando a tener hermanos y sin recordar que tenían uno
más allá de los árboles.
Con el
tiempo, los bosques se fueron haciendo más pequeños. Cada vez se construían más
y más casas. Los árboles iban cayendo hasta que un día los dos bosques se
juntaron en uno solo.
Marcus
y Bas fueron descubriendo el nuevo paisaje poco a poco. Paseando y buscando
nuevos rincones para esconderse.
Un día
de calor, cuando el sol daba una tregua, dos grandes y adultos Marcus y Bas, se
encontraron, uno frente a otro mientras subían a la misma piedra.
¿Y tú
quién eres? Pensaron los dos.
Se veía
uno igualito al otro. Un erizo idéntico a sí mismo.
Se
miraban de arriba abajo y de abajo a arriba. Así una y otra vez.
‘Te
pareces a mí’, le dijo Bas a Marcus. ‘No’, le contestó éste. ‘Tú
te pareces a mí’. ‘Mira, tienes un remolino en tus púas como yo’. ‘Sí,
lo tienes igual que yo, pero al otro lado’. ‘Podrías ser mi hermano’, se
aventuró a decir Marcus. ‘Siempre soñé que tenía uno…’. ‘Yo también’, se
apresuró a decir Bas. Mirándose atónitos, se cogieron de las patas y sin
pensarlo ni un segundo, se fundieron en un gran abrazo que les llevó a terminar
rodando por el suelo entre grandes risas, gritos y alguna que otra lágrima.
Hacían
tanto ruido que todos los demás erizos vinieron corriendo a ver qué
pasaba. Formaron un gran círculo alrededor de Marcus y Bas y uno de los erizos
exclamó: ‘Mirad, dos erizos idénticos. Mirad. ¡Hasta su manera de moverse y
reírse es idéntica!’
Dentro
del grupo se encontraba un erizo anciano que estaba observando lo que pasaba.
Cuando los gritos fueron amainando, empezó a contar lo que una vez, hace muchos
años, había ocurrido.
‘Nos
asustó que fuerais tan iguales’, se dirigió a Marcus y Bas. Nunca antes
habíamos visto algo así y por esto teníamos miedo. Pensábamos que era algo
malo, porque sólo conocíamos que cada uno es distinto al otro. Y por eso os
separamos. Aunque… – carraspeó un poco antes de seguir-, nos equivocamos,
porque tras todos estos años seguís siendo idénticos; yo diría que
incluso más. Entonces, fue un error separaros. Si nacisteis así, no debe ser
malo. Nunca más tenemos que temerlo’.
Marcus y Bas no se soltaron mientras escuchaban la
historia de su vida. Los dos sabían en este mismo momento que iban a quedarse
juntos por el resto de sus días. Por fin habían
encontrado al hermano que habían echado tanto de menos. A ese que les había acompañado
en todos sus juegos de otra manera.
Lo que sí que cambió, a partir de ese momento, fue que cuando
alguien les daba alguna golosina, se la comían enterita.
Si te ha gustado, comparte este cuento para que pueda abrir el corazón a más personas y explícaselo a tus hijos, que seguro que les gustará. En nuestra casa, ya es un clásico para Ivet, Mireia y Txell antes de dormir.
Un gran abrazo desde el corazón,
Meritxell Palou y Coks Feenstra.
Fenomenal. Gracias de corazón:)
ResponderEliminarGracias a ti Mavi! Un abrazo muy calentito!
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