lunes, 10 de noviembre de 2014

"LOS ERIZOS". UN CUENTO DE COKS FEENSTRA.

El dia 29 de Octubre hizo 4 años que Ivet y Mireia, llegaron a este mundo. Aportando luz a muchas familias, abriendo puertas a muchos niños, abriendo el corazón de maestros y directores de escuela.

Quien me lo iba a decir a mí, que iba a ser madre de unas niñas tan mágicas!!

La noche en la que hicieron 4 años, Coks Feenstra nos hizo llegar un regalo. Un regalo muy especial para difundir a muchas personas. Un cuento de unos erizos idénticos, que nos hace ver como la mayoría de ocasiones, las personas hablan y actúan desde la ignorancia sobre el vínculo afectivo de los niños múltiples.

Coks y yo, deseamos que os guste!!

"LOS ERIZOS"

Había una vez…


… una pareja de erizos muy ilusionada que esperaba sus primeras crías. Como papás primerizos que eran, estaban muy nerviosos por la llegada de sus HIJOS.

Conforme pasaba el tiempo, mamá erizo estaba más incómoda y empezó a sufrir insomnio. Una de esas noches que salían a pasear esperando que llegara el momento, mamá erizo sintió que ese sería el día. Y escuchando y atendiendo a su cuerpo, justo en pleno amanecer, nacieron dos preciosos erizos, con púas muy formadas y muy pequeñas. Aunque sabemos que a todos los padres sus propios hijos les parecen los más guapos,  a esta pareja de orgullosos papás le sobraban motivos para decirlo.

Sus hijos tenían algo especial. Era un brillo muy intenso el que había entre los dos; y su mirada de complicidad y sus caricias tan auténticas hacían sonreír a todo aquél que les veía. Los demás erizos venían a conocerles. ¡Nunca antes habían visto dos erizos completamente iguales! Nunca antes habían visto una pareja de erizos idénticos. El mismo hocico, las mismas líneas en sus patitas, las mismas cejas y hasta un mismo remolino en sus púas. Uno lo tenía al lado derecho y el otro, al izquierdo. Para sus padres no era fácil saber quién era quién; y para no equivocarse, el orgulloso papá cubría una patita de Marcus con una mancha de barro. Ése era Marcus. El otro, Bas.
Los padres estaban felices, como casi todos los padres cuando nacen sus hijos. Quien no estaba nada tranquila era la comunidad de los erizos. Nunca antes habían nacido erizos idénticos.

El miedo y la confusión se apoderó de muchos de los erizos. Unos vaticinaban desgracias; otros no querían enfrentarse a lo desconocido y unos pocos buscaban aprender de ellos para conocerse mejor.

El día no tardó en llegar.
En una de las reuniones de la comunidad, el erizo más mayor y al que todos obedecían, habló:
‘Una vez que sepan comer solos, deberán crecer en bosques distintos’, ordenó el jefe del grupo. Si no, algo malo nos pasará’.

Los padres no podían creérselo y su felicidad se transformó en una profunda tristeza. Nunca antes habían conocido esa forma de tristeza. No querían que separaran a sus hijos. No querían perderse la infancia de ninguno de sus erizos. No sabían qué hacer.  Si él lo decide, será que es necesario’, se dijeron el uno al otro sabiendo que no era así. No lo entiendo… aunque quizás sea mejor…, se dijo el padre para engañarse.Quizás ellos mismos puedan llegar a confundirse sobre quién es quién…’.

La madre encontró una manera de posponer la llegada de ese día. ‘Aún son pequeños y tardarán en comer solos. No les enseñaré hasta muy, muy tarde…’. Y gracias a su madre, los pequeños erizos crecieron un tiempo juntos; rieron; compartieron y disfrutaron el uno del otro mientras su madre les alimentaba.

Sabían que llegaría y así fue. Llegó el día y el jefe de la comunidad vino a llevarse a Bas. Marcus fue quien se quedó con sus padres.

A partir de ese momento, los hermanos estarían separados.

Ni Marcus ni Bas entendían qué pasaba. Los dos estaban muertos de miedo. Siempre habían estado juntos. Ya en la barriguita de su mamá habían dormido y jugado juntos.  Cuando tenían frío, se acurrucaban el uno contra el otro. Cuando tenían miedo, se cogían de la patita. Y cuando querían compartir su felicidad, ahí estaba su hermano para disfrutar de un tierno abrazo.

A partir de ahora ya no podrían hacerlo. ¿Por qué les privaban de ello?
Empezaron a sentir el mundo como otro lugar: menos seguro, menos cálido y menos divertido. ¡Cuántas veces habían jugado juntos! ¡Cuántas aventuras habían vivido los dos! Se recordaban curiosos, inquietos y divertidos. Sin embargo, ahora, cada uno solo, se sentía tímido; miedoso e inseguro.
Todos los días se buscaban el uno al otro. Cuando dormían, soñaban que estaban juntos. En sus sueños el mundo volvía a estar en paz. Pero cuando se despertaban, ahí estaban, de nuevo solos y con otro día por delante sin juego de hermanos.

Los años pasaron. La tristura se fue convirtiendo en parte de su piel y llegaron a olvidarse el uno del otro. Hasta olvidaron que habían tenido un hermano.

Los padres jamás hablaron sobre lo ocurrido.

Aunque los juegos y el bosque se encargaron de no borrar los recuerdos, ellos lo olvidaron del todo.  Cada uno en su bosque solía jugar a que  tenía un hermano que siempre le acompañaba a todos los lugares nuevos y antiguos. También tenían los dos una costumbre: cuando se les daba alguna golosina, guardaban un trozo. No sabían por qué y simplemente lo hacían.

Así siguieron durante años, jugando a tener hermanos y sin recordar que tenían uno más allá de los árboles.

Con el tiempo, los bosques se fueron haciendo más pequeños. Cada vez se construían más y más casas. Los árboles iban cayendo hasta que un día los dos bosques se juntaron en uno solo.

Marcus y Bas fueron descubriendo el nuevo paisaje poco a poco. Paseando y buscando nuevos rincones para esconderse.

Un día de calor, cuando el sol daba una tregua, dos grandes y adultos Marcus y Bas, se encontraron, uno frente a otro mientras subían a la misma piedra.

¿Y tú quién eres? Pensaron los dos.

Se veía uno igualito al otro. Un erizo idéntico a sí mismo.
Se miraban de arriba abajo y de abajo a arriba. Así una y otra vez.

Te pareces a mí, le dijo Bas a Marcus. No’, le contestó éste. Tú te pareces a mí. Mira, tienes un remolino en tus púas como yo’. ‘Sí, lo tienes igual que yo, pero al otro lado’. ‘Podrías ser mi hermano’, se aventuró a decir Marcus. Siempre soñé que tenía uno…’. ‘Yo también’, se apresuró a decir Bas. Mirándose atónitos, se cogieron de las patas y sin pensarlo ni un segundo, se fundieron en un gran abrazo que les llevó a terminar rodando por el suelo entre grandes risas, gritos y alguna que otra lágrima.
Hacían tanto ruido que todos los demás  erizos vinieron corriendo a ver qué pasaba. Formaron un gran círculo alrededor de Marcus y Bas y uno de los erizos exclamó: Mirad, dos erizos idénticos. Mirad. ¡Hasta su manera de moverse y reírse es idéntica!’

Dentro del grupo se encontraba un erizo anciano que estaba observando lo que pasaba. Cuando los gritos fueron amainando, empezó a contar lo que una vez, hace muchos años, había ocurrido.
Nos asustó que fuerais tan iguales’, se dirigió a Marcus y Bas. Nunca antes habíamos visto algo así y por esto teníamos miedo. Pensábamos que era algo malo, porque sólo conocíamos que cada uno es distinto al otro. Y por eso os separamos. Aunque… – carraspeó un poco antes de seguir-, nos equivocamos, porque tras todos estos años seguís siendo idénticos;  yo diría que incluso más. Entonces, fue un error separaros. Si nacisteis así, no debe ser malo. Nunca más tenemos que temerlo’.

Marcus y Bas no se soltaron mientras escuchaban la historia de su vida. Los dos sabían en este mismo momento que iban a quedarse juntos por el resto de sus días. Por fin habían encontrado al hermano que habían echado tanto de menos. A ese que les había acompañado en todos sus juegos de otra manera.

Lo que sí que cambió, a partir de ese momento, fue que cuando alguien les daba alguna golosina, se la comían enterita.

Si te ha gustado, comparte este cuento para que pueda abrir el corazón a más personas y explícaselo a tus hijos, que seguro que les gustará. En nuestra casa, ya es un clásico para Ivet, Mireia y Txell antes de dormir.

Un gran abrazo desde el corazón,

Meritxell Palou y Coks Feenstra.


2 comentarios:

Habla desde el corazón